lunes, 21 de septiembre de 2015

Crónica de una muerte anunciada, lejos de los paradigmas

Presentado en el Taller de Narradores de Santiago  (8 de marzo, 2014)




En el año 1980,  es escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien había impactado al mundo con la publicación de  Cien años de soledad,  anunció en Cuba que publicaría una nueva novela “Crónica de una muerte anunciada”.   Tras algunos años de recesión literaria, el escritor, que aún no había sido  galardonado con el premio Nobel de Literatura decide recrear un suceso que había marcado a todo un pueblo y había cambiado la vida varias familias.   Sin embargo, el autor no se limita a hacer la crónica de un asesinato vulgar y corriente, según el mismo dice la vida termina por parecerse tanto a la mala literatura, que en este sentido no tendría ningún valor literario.

En el libro Gabriel García Márquez  Una Vida,  el escritor Gerald Martin destaca lo siguiente: “…hasta entonces una edición colombiana nunca había superado las diez mil copias, el nuevo libro de García Márquez era la obra literaria de mayor tirada en una primera edición, jamás publicada en el mundo.  Dos millones de ejemplares requirieron doscientas toneladas de papel, diez toneladas de cartón y mil seiscientos kilos de tinta.  Habían hecho falta cuarenta y cinco Boeings 727 sólo para exportar los ejemplares desde Colombia…  el 29 de abril García Márquez declaró …  Crónica de una muerte anunciada … (es) mi mejor obra”.

Cuando García Márquez llegó a Colombia en febrero de 1981, con la intención de presentar su nuevo libro y mientras era entrevistado por el poeta y crítico literario colombiano  Juan Gustavo Cabo Borda, el entonces presidente de Colombia anunciaba la ruptura de las relaciones con Cuba.   Luego llegó a sus oídos que el gobierno trataba de vincularlo al movimiento guerrillero M-19, que a su vez se relacionaba con Cuba.   Pero García Márquez,  no es Santiago Nasar,  y se enteró de que había rumores de que  podían intentar asesinarlo,  así que de inmediato y rodeado de un grupo de amigos pidió asilo en la embajada de México  y luego voló a la ciudad México donde fue recibido por numerosos periodistas, admiradores y amigos.

En Crónica de una muerte anunciada, García Márquez se da lujo de romper con algunos paradigmas pre-establecidos, para mantener la atención del lector.  No hay final sorpresa,  la novela empieza diciendo: “El día que lo iban a matar Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana…”  Algunos lingüistas podrían sostener que al decir que “lo iban matar”,  se puede entender que es un hecho que no ha sido consumado, que es evitable.  No obstante, para disipar las dudas el primer capítulo termina diciendo: “Ya lo mataron”. 

Está narrada en tercera persona, con algunas elucubraciones o más bien recuerdos del autor,  por un narrador testigo que no tiene todos los detalles de lo sucedido, y para completar su crónica regresa a su pueblo.  Por medio de entrevistas reconstruye la historia,  de manera tan objetiva como podría hacerlo veinte y tres años más tarde.  

El autor no tiene la intención de envolvernos en una trama compleja,  demuestra su habilidades narrativas,  nos mantiene apegados al libro, a la historia,  aunque conocemos el argumento,  sabemos los motivos,  pero aún así necesitamos saber más, involucrarnos,  tomar parte de la trama de un asesinato del que todos somos culpables, empezando por el obispo que llegó  y ni siquiera tuvo la delicadeza de descender de su barco,  saludar algunos fieles,  oficiar una misa que estaba más que pagada por la gran cantidad de gallos que todos, incluyendo a Santiago Nasar, le habían obsequiado,  para que le prepararan “sopas de crestas”,  no pudo García Márquez proponer un platillo más injusto.  Es culpable de su muerte, porque se llevó sus gallos y se limitó a dar una bendición insípida y sin pasión.  También, fue culpable su madre,  sus amigos, su novia, el coronel, el cura, la novia devuelta, el cronista,  todos son responsables.   Aunque parezca extraño los únicos que hicieron algo para evitar que mataran a Santiago Nasar,  fueron los hermanos Vicario,  pero sus esfuerzos fueron inútiles,  y como una versión latinoamericana de un Judas reflejado en un espejo,  cumplieron con el destino que la vida les había impuesto. 

Si al momento de leer o escuchar mis desvaríos,  sobre una del las obras más importantes, del Nobel latinoamericano Gabriel García Márquez,  no han leído Crónica de una muerte anunciada y piensan que les arruiné la historia,  que maté el misterio,  me arriesgo de decirles que nada está más alejado de la realidad.   Lo repito, como lo hace García Márquez a lo largo de la narración. A Santiago Nasar lo van a matar.  Está condenado desde la portada del libro.   Si no puede resistir eso, entonces no lo lea.  Yo sí. Lo leeré de nuevo.  Dentro de un par de años.  Mientras espero una conexión en el amigable aeropuerto de Panamá,  para volar a Uruguay, Perú,  o a alguna isla del Caribe.   Tal vez, en ese momento haya olvidado las dos mil cartas escritas por Ángela Vicario,  más próximas a la lujuria que al amor verdadero o que el fantasma de la Viuda Xius seguía llevándose las cosas de la casa, en la que había sido feliz.  Lo que estoy segura que nunca  olvidaré es que: “El día que lo iban a matar Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana.”

Sandra Tavárez