sábado, 27 de febrero de 2016

Enigma - Cuento

Primera Mención
22º Concurso de Cuentos 
Radio Santa María

No  sabes qué hacer.  Has estado hincada ante la imagen de la virgen por más de diez minutos, sin atreverte a pronunciar una palabra.  En el fondo te avergüenza solicitarle ayuda, pedirle consejo.  Te pones de pie, apagas la vela y te acuestas.  La habitación se siente ligeramente iluminada.  La luz artificial de la calle se filtra por los orificios en el techo, que brillan como luciérnagas volando hacia el infinito.  No logras mantenerte sobre la cama,  de nuevo te levantas, tomas el ticket que habías dejado encima de la cómoda.  Comparas una y otra vez los números que habías anotado en una hoja del cuaderno de Carlitos.  Tus manos tiemblan.  Sientes una punzada en el estómago,  una opresión en el pecho,  un nudo en la garganta.

Hace algunas horas, llegaste a la casa de tu vecina,  quien se había ofrecido para cuidar a tu nieto,  todavía tenía fiebre.  Lo llevaste a tu casa,  le preparaste una sopa boba que el niño rechazó.  De verdad estaba muy enfermo.  Hacía rato que había caído la noche, le estabas poniendo compresas de agua fría sobre el vientre y la cabeza, la fiebre parecía ceder un poco.   Encendiste el televisor, más por costumbre que por entretenimiento.  Buscando algo que ver,  te topaste con el sorteo del Loto.  Mirabas con desinterés, hasta que salió el primer número.  Te impresionaste.  Buscaste el ticket en tu cartera,  cuando lo encontraste ya habían salido cinco números.  De un globo más pequeño emergió el sexto.  De algún modo se escabulló entre sus compañeros, se filtró por el tubo transparente y miró hacia la cámara, hacía ti, que lo observabas: excitada e inmutable. 

Sonreíste.  Emocionada anotaste los números, estabas invadida por una extraña felicidad,  no obstante, este sentimiento duró apenas unos segundos,  fue  remplazado por otro más pesado, más duradero.  El boleto que sostenías en tus manos, no te pertenecía.  Quedaste a oscuras.   No era una sensación metafísica,  ni un sentimiento provocado por tu alma que se aprestaba a una enigmática prueba.  Simplemente, falló la energía eléctrica.  De inmediato,  se escucharon las imprecaciones de tus vecinos;  maldiciendo al gobierno, maldiciendo a Dios,  pero sobre todo maldiciendo la vida que les tocó vivir,  porque saben que no hay escapatoria.  Nacieron en este cerro, al igual que sus padres,  y los padres de sus padres y lo único que heredaran sus descendientes será esta miseria.  Miraste a Carlitos, quien se quejaba entre sueños, pensaste en sus hijos,  y en los hijos de hijos.

Nunca has vivido una noche más angustiosa que esta.  Dices para ti: “el diablo no duerme”.  Si el señor González tiene la costumbre de jugar el Loto todas las semanas,  ¿por qué no lo hizo antes de irse para Santo Domingo? ¿Por qué decidió no regresar en automóvil, cuando se enteró, que el piloto de su helicóptero estaba indispuesto? ¿Por qué tenía que llamarte ti para que jugaras su boleto, tú que apenas andas con lo del pasaje?   Sólo hay una explicación válida.   La suerte es algo caprichoso e impredecible. 

Las luciérnagas  se han esfumado.  El viento empieza golpear con furia las ventanas,  se escucha el rugir de los clavos,  defendiendo tu techo,  una lucha tenaz que tal vez han librado por décadas y sólo hoy te percatas de ello.  El niño se ha quedado dormido.  Buscas una ponchera en la cocina,  metes una toalla dentro de esta y la colocas sobre la cama, para que las gotas, al caer, no salpiquen tus pies.   Te acuestas,  aunque sabes que no dormirás.

¿Qué significa esto?  Tal vez Dios escuchó tus plegarias.  ¿Y no fue Él?

Crees en la suerte, sin embargo nunca apuestas,   por lo tanto, la única forma en tú y ese súper premio se encontraran, en un abrazo utópico, era esta.    El señor González fue sólo un medio.  Él no eligió los números,  lo hizo el azar.  La suerte no era de él,  ni del guardián que te prestó el dinero, ni del señor que te cedió el turno en la fila.  La suerte era tuya.  Es tuya.  Tus manos tiemblan,  tienes en tu poder un boleto válido por más de cien millones de pesos.  Sólo tú lo sabes.  Carlitos sigue envuelto en los delirios provocados por la fiebre.

Hace siete días de aquella noche tormentosa.  Le das un beso en la frente a tu nieto y lo bendices para que duerma tranquilo.  Dejas descansar tu cabeza sobre la almohada,  quedas profundamente dormida.  No notas que las luciérnagas han emigrado de  nuevo, dando paso a lluvia que con ternura resbala sobre el techo, cayendo sin prisa sobre tu cama.  No sientes tus pies húmedos,  como tampoco sentirás los primeros rayos del sol que se filtrarán por la rendija en tu ventana.   Mañana, cuando vayas a hacer la limpieza, debes recordar decirle al guardián que le pagarás a fin de mes, porque la semana pasada,  cuando con voz entrecortada y manos temblorosas le entregaste el boleto ganador al señor González,  este se puso tan contento que olvidó pagarte los cien pesos.