Publicado en el periódico La Información
25 de mayo, 2015
Mayo me entristece, y no es por su brisa suave o violenta, por el exceso de lluvia o la ausencia total de ésta, no, es por algo más íntimo, más “mayo”. Aunque mi tristeza no desemboca en el llanto, de algún modo mis lágrimas de mayo se secaron.
25 de mayo, 2015
Mayo me entristece, y no es por su brisa suave o violenta, por el exceso de lluvia o la ausencia total de ésta, no, es por algo más íntimo, más “mayo”. Aunque mi tristeza no desemboca en el llanto, de algún modo mis lágrimas de mayo se secaron.
Las lágrimas, esa expresión visible del dolor, de la pena, de la soledad, a veces no se hacen presentes. Tal vez por eso, un día Julio Cortázar escribió sus “Instrucciones para llorar”, me gustaría pensar lo hizo una tarde de mayo, tal vez un jueves. Cortázar dice:
“El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente”.
¿Cuáles serían los motivos reales o ficticios para llorar? Esto varía de una persona a otra, para algunos la tristeza o el dolor, para otros la impotencia, el vacío, la nada.
Si nos rendimos frente a alguno de esos elementos, viene la segunda parte, que para Cortázar es la primera: “Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza”.
En los niños es diferente, sus motivos son más simples y a la vez su llanto es más sincero. Hace algún tiempo, había ido con mis sobrinos a lo zona monumental de Santiago de los Caballeros, había unos juegos mecánicos, ya saben “los carritos chocones”, “el carrusel” que para mí siempre serán “los caballitos”, y otros que por su corta edad pueden disfrutar, cuando llegamos todo estaba empacado y a oscuras, era como si se hubieran ido pero aún estuvieran ahí, así lo entendimos todos, excepto mi sobrino Emmanuel. No descendimos del vehículo y desde que su padre giró a la derecha para tomar rumbo a hacia la casa, Emmanuel empezó a llorar, su llanto era constante. Los demás seguimos conversando como si sus lágrimas no existieran, o fueran parte de un paisaje ajeno a nosotros.
Hubo un instante en el que lo miré y me reí, entonces hizo una pausa y con firmeza me dijo: “no te rías”, le contesté que él lloraba demasiado, entonces me preguntó: “¿y tú, no lloras?”… me quedé en silencio por unos minutos, no recordaba la última vez que había llorado… para no hurgar en mis recuerdos le dije, no sé cómo llorar, me contestó: “eso es fácil, tú nada más dejas que te salgan las lágrimas”… y retomó su llanto.
No quiero detenerme para analizar si la construcción gramatical está correcta o no, cualquier intento por mejorar la frase destruiría su esencia. Él, en ese momento, tendría unos cuatro años y me había dado una lección de vida.
Hace unos días, mi querido amigo, Andrés Acevedo, me llamó y me dio una noticia como si dudara de ella: “Me dijeron que murió el doctor Estrella, investiga”, y ese “investiga”, guardaba una esperanza. Sí, el poeta y escritor santiaguero, deseaba que yo lo llamara unos minutos más tarde y le dijera que el doctor Víctor Estrella estaba bien, que estaba vivo.
De inmediato llamé algunos amigos, y como en una pesadilla nadie contestaba, mis alternativas se acababan, sólo había una opción, marcar el celular del doctor. Contestó un Víctor estrella, pero no era doctor, ni siquiera era mayor de edad, la voz de Víctor Arcturus, confirmó lo que debía investigar, sólo hice una pregunta: ¿entonces, es verdad? “Sí”, contestó él, con una fortaleza que no disimulaba el gran dolor que lo embargaba. Al colgar, de manera inconsciente, seguí las instrucciones de mi sobrino Emmanuel y las lágrimas empezaron a salir de manera atropellada, allí en mi escritorio, frente a mi computador, bajo las cámaras de seguridad de la oficina en la que laboro. En realidad no tuve que hacer nada, la herencia genética, el mecanismo de defensa de mi cuerpo dio una orden directa al cerebro.
Decir adiós a un ser querido es difícil, más aún, estar frente al cuerpo sin vida de un amigo, y saber que es la última vez que estarás junto a él, porque ha traspasado el umbral de la muerte, el punto sin retorno. Nunca lo llamé por su primer nombre, siempre le decía doctor.
El doctor se veía tranquilo, sereno. Su rostro reflejaba una paz envidiable, parecía dormido, nunca lo había visto tan calmado. Siempre tenía su agenda cargada, debía estar en un congreso de medicina, en una exposición de pintura, en un recital de poesía, en la Tertulia Literaria Ramón Gómez de la Serna, que dirigió junto a Andrés Acevedo por más de 12 años en Casa de Arte… Muchas cosas se escuchaban en el velatorio, el director del Archivo Histórico de Santiago, el licenciado Robert Espinal Luna, dijo; “El arte está de luto”.
Pensé en el cuento el Fantasma de Enrique Anderson Imbert, que había leído unos días atrás, como el personaje principal de la historia tal vez el doctor Estrella estaba allí mirándonos, y cada vez que dos amigos se abrazaban en su nombre él estaba en medio. En realidad, no decíamos nada, simplemente nos abrazábamos, sólo nuestra amiga Mariela Fermín rompió el ritual y dijo: “se nos fue”, y esa frase actuó como un detonante entre los que estábamos cerca.
El doctor Víctor Estrella, un gran humanista, un artista entregado a su obra, un dominicano ejemplar no está físicamente entre nosotros, pero su legado vivirá por siempre.
El arte está de luto: “…deja que te salgan las lágrimas”.
Por Sandra Tavárez
